25.7.11

¿Y si fuese adivina?

Las carátulas y fundas de cds se amontonaban en el suelo junto a la televisión, sobre el sofá, en la mesa, entre el plato lleno de migajas y la bolsa de patatas fritas abierta. En el centro de la habitación, sentada en el suelo con las piernas cruzadas y la boca entreabierta, iluminada por el resplandor azulado de la pantalla, con un mando en una mano y un boli en la otra, estaba ella. Su pelo corto de un azul eléctrico estaba completamente revuelto y casi de punta. De vez en cuando se echaba de golpe hacia adelante y escribía algo con la mano izquierda,y sus pendientes largos y brillantes, inclinandose, observaban curiosos lo que escribía. Ella había sido diestra, pero ahora era zurda.

Ponía una película tras otra sin importarle lo que cucase el reloj, porque sus ojos estaban acostumbrados a soportar largas sesiones de cine noche tras noche. Cogió la bolsa de patatas fritas y se llevó una a la boca, que crujió tras sus labios rojos como la sangre. La libreta llena de anotaciones, escenas, frases, nombres y giros de cámara pesaba más cada vez que ella escribía algo importante, y sus hojas revoloteaban levantadas por aquellas palabras con suerte que tenían alas.
Su gato negro dormía enroscado sobre un cojín junto a su pierna. Un ruido de pistolas hizo que abriese de golpe los rasgados ojos amarillos, mirase a su entusiasmada dueña con sueño y los volviese a cerrar.

Ella se había preguntado cómo sería ser diferente un día, hacía mucho, mucho tiempo. Y ahora que lo había descubierto, el ser diferente la dominaba a ella.