Después me dicen que si no aprovecho el tiempo y no, no. Tiene defecto de fábrica, está acelerado. Que me envíen lo estafado a casa con un lazo rojo de seda, una onza de chocolate y el talento de meterlo en el buzón sin arrugarlo. Y entonces dejaré de adelantar los relojes diez minutos.
Pero mis dos horas en babia mirando la ventana van a seguir ahí, encajadas entre las columnas de latas de galletas y cuadernos a medio escribir. Apilados, tambaleándose y con dos cucharaditas de azúcar.
Porque el azúcar siempre va de dos en dos.
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